En ninguna otra parte del globo se elevan conos volcánicos a tanta altura como en Los Andes argentino-chilenos. El paisaje lunar del Payún Matru y el cono perfecto del pequeño Boroa.
La Argentina no solo posee las dos montalas mayores de América sino, con seguridad, las cuatro o cinco, cuando no más, volcanes más elevados del mundo entero.
Mirándolo bien en comparación con el gran número de volcanes (muy probablemente más de un millar entre grandes y chicos) y el tamaño de alguno de ellos, tanto e volcanismo como la asiduidad de los terremotos se mantiene dentro de todo en límites bastante estrechos.
Sin exagerar puede decirse que la Argentina es un país de volcanes: solo dos, el Aconcagua y el Mercedario, son producto de plegamientos ú otros fenómenos orogénicos.
Encontramos los siguientes volcanes:
Aconcagua: 6959 m
Ojos del Salado: 6930 m
Los Bonetes: 6858 m
Tupungato: 6800 m
Tres cruces: 6788 m
Mercedario o El Ligua: 6770 m
Llullaillaco: 6724 m
Pissis: 6715 m
Incahuasi: 6708 m
Cumbre del Laudo o El Cóndor: 6532 m
Empero los volcanes argentinos no son solamente muy elevados sino muchos de ellos tienen un aspecto estéticamente impecable; son conos geométricamente perfectos que se yerguen como pirámides gigantescas visibles desde distancias de más de 200 km.
Acaso el volcán más corpulento de los Andes argentinos es el Calalaste; si bien con sus 5350 m no es excesivamente alto, acusa en la línea de nivel de los 4300 m un diámetro de unos 20 km. También en Bonete, que en rigor es un solo cerro con dos nombres: Grande y Chico, posee un cono formidable que mide 12 km en la línea de los 5200 m casi tanto como El Cóndor (15 km en la cota de los 5200 m.) El Antofalla es similar a El Cóndor, con lo que resulta mucho más corpulento aún que el imponente Tupungato (9km de diámetro en los 5200 m.) En cambio muy estilizado es el Lalín que en la base donde aflora su cono sobre el terreno circundante acusa apenas siete kilómetros, aunque en cambio tiene a su favor de ser posiblemente el volcán más veces fotografiado.
Un caso fuera de serie es el cerro Galán del cual se ignoraba que era un volcán (de ahí se denominación de cerro) hasta que las fotos satelitales recientes revelaron que realmente era un volcán. Posee un cráter elipsoidal de unos 30 km de diámetro en su eje mayor y aunque las últimas mediciones indican para su cumbre ‘solamente’ 5900 , en vez de los más de 6000 que se le asignaban, ello no afecta mayormente su sdemás condiciones excepcionales.
Todos estos monstruos ofrecen vistas hermosas de donde quiera que se los contemple. Virtualmente ninguno de los ellos es activo (a diferencia de Chile, que posee 1500 volcanes, 40 de ellos en actividad), aunque algunas referencias al respecto existen. Del Llullaillaco se conocen relatos de fumarolas por los conquistadores españoles en 1554 y del investigador chileno Rodolfo Amando Philippi exactamente tres siglos después, en 1854. Del Tupungatito o Bravard informó Federico Strasser en 1936 acerca del escape de gases cerca de su cumbre, en 1937, montañistas polacos descubrieron una especie de géyser cerca de la cima principal del Ojos del Salado. Y una curiosidad poco conocida: hasta bien entrado el siglo pasado e incluso a comienzos del presente se creó que el Aconcagua era un volcán y como tal “un volcán de la Cordillera de Los Andes”, figura aún en numerosos diccionarios. Representado en los mapas por vez primera en 1733 por el cartógrafo D’Anville era lisa y llanamente llamado El Volcán hasta que su ascensión demostró que no era tal.