Una de las perdurables imágenes de París es la de los cafés. Para el visitante, es la visión romántica de grandes artistas, escritores o eminentes intelectuales reunidos en los célebres locales de la orilla izquierda. Para el parisino el café es una de las constantes en su vida, una experiencia cotidiana, un lugar para las citas, para beber y reunirse con los amigos o sellar un acuerdo comercial o simplemente ver pasar la vida.
El primero de los cafés parisinos data de 1686 cuando se abrió Le Procope. En los siglos siguientes los cafés se convirtieron en parte vital de la actividad social de París. Y con la ampliación de las calles de la ciudad particularmente durante el siglo XIX y los edificios de los grandes bulevares de Haussmann los cafés se extendieron hacia las veredas evocando el comentario de Emilio Zola de las “grandes muchedumbres silenciosas observando la vida de la calle”.
La naturaleza del café estuvo a veces determinada por los intereses de sus clientes. Algunos fueron lugar de encuentro de los interesados en jugar ajedrez, dominó o billar. Los literatos se juntaba en Le Procope en tiempos de Moliere, en el siglo XVII. En el siglo XIX, Primer Imperio, los oficiales de la guardia imperial fueron atraídos por el Café d’Orsay y los financieros del Segundo Imperio se reunían en los cafés de la calle Chausspe d’Antin. Los elegantes asistían al Café de París y al Café Tortini y los amantes del teatro se reunían en los cafés en torno a l’Opera, incluyendo el Café de la Paix.