Japón es un archipiélago en forma de arco frente al continente asiático, constituido por cuatro islas mayores -Hokkaido, Honshu, Shikoku y Kyushu- y un sinfín de islas pequeñas. Las erupciones volcánicas y los terremotos han mantenido en constante danza aterradora aquellas tierras, cambiando una y otra vez su contorno y relieve. Hace décadas un terremoto de gigantescas proporciones asoló la zona superpoblada de Tokio y no pasa ni un solo día sin que fuerzas onduladas de mayor o menor intensidad hagan temblar de arriba debajo de lado a lado el suelo y todo cuanto sobre él existe.
La espina dorsal de Japón –de sus islas mayores- es una secuencia de macizos montañosos con frecuentes volcanes, que desplaza a los habitantes hacia las costas y que proporciona abundantes fuentes de energía eléctrica y toda suerte de atracciones turísticas. Los llamados Alpes japoneses, en la isla central, Honshu u Hondo son los más atractivos, así como el volcán Fuji Yama es el más famoso, con sus tres mil setecientos setenta y seis metros, como montaña sagrada y como símbolo del país del Sol Naciente.
El clima es extraordinariamente variado debido a la disposición muy alargada del archipiélago en el sentido del meridiano, con temperaturas siberianas en Hokkaido y tropicales en Kiushu. Pero es característico de todo el país la frecuencia de las lluvias y la abundancia de humedad, especialmente en verano. Los impresionantes tifones, por su parte, desbaratan todo cuanto encuentran a su paso, mientras los ríos se desbordan.
En sus breves llanuras y valles se amontonan sus más de 127 millones de habitantes y los campesinos trabajan sus campos pequeños (llamados frentes de gato). El amplio mar ha invitado a los japoneses a la pesca desde siempre. Las dificultades han hecho de ellos grandes conocedores y transformadores de los recursos para sobrevivir.