Transitamos a lo largo del paso de Colón, orillas del río. Quedó atrás la Plaza de Toros de la Real Maestranza, dormida en el eco de las históricas ovaciones. Este hermoso circo, construido de ladrillos y piedra, con cubiertas de teja curva árabe, es propiedad de la citada Maestranza, histórica corporación nobiliaria de caballeros que se ejercitaban en la equitación y el alanceo de todo. La fábrica, diselada por el arquitecto Vicente Sanmartín comenzó según González de León en 1760. Se ultimaron totalmente las obras en 1880. La puerta principal se denomina del Príncipe. Es de piedra, barroca y sobre ella abierto al interior el palco de las personas reales, de adornos rococó, es de muy hermosas proporciones.
Bajo esta puerta del Príncipe, una bellísima reja del XVII de acceso al coso. Las perspectivas del interior del circo son nobles y pintorescas, de caliente cromatismo y sugestión. En sus arenas nacieron y culminaron las dos grandes escuelas de tauromaquia: la sevillana y la rondeña. En violento contraste con la bulliciosa zona portuaria, el Hospital de San Jorge, la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo representa en Sevilla una imponente aldaba de fúnebres ascetismos. Desengañado de las vanidades del mundo a la muerte de la joven esposa, el caballero don Miguel Mañara Vicentelo de Leca hace prosperar al más alto grado de perfección la ya piadosa obra de cierta Hermandad de seglares, a la sazón consagrada al sepelio de los ahogados del río, hospitalización de enfermos, albergue de viandantes desvalidos y enterramiento de los ajusticiados. Mañara contempla en los pobres la carne llagada de Jesucristo insepulto y en la muerte del cuerpo toda la pestilencia y las larvas de la podredumbre. Su “discurso de Verdad” es una meditación con luz de cripta. La idea de muerte preside por doquier el Hospital.
La traza de sobrio barroco es de Bernardo Simón de Pineda. Hermoso patio, con fuentes decoradas por esculturas italianas y hermosísimo templo, cuyo grandioso retablo mayor puede considerarse como la eclosión máxima en España del barroco del XVII.
Es de Pedro Roldán el relieve representando “El Entierro de Cristo” lleno de movimiento y patetismo. Murillo y Valdés Leal pintan para la iglesia geniales cuadros acompasados al gesto del fundador. En el “San Juan de Dios” que retrata Mañara, Murillo superando sus habituales maneras compone un lienzo tenebrista prodigioso de fuerza y dramatismo que Ribera habría podido firmar. Su “Moisés alumbrando las aguas” y la “Multiplicación de los panes y los peces” son pinturas más a tono con la inspiración murillesca, tratadas con la gracia de risueñas escenas callejeras entre gente de Sevilla. Es egregia la popularísima “Santa Isabel curando a los tiñosos”. Del lado de la Epístola, un acongojado y sangriento “Ecce Homo”, talla no documentada y a los pies de la nave, los escalofriantes mediospuntos de Valdés Leal: “Las Postimetrías”.He aquí un aapoteosis de la muerte.
Los restos de don Miguel reposan al pie del presbiterio y la lápida de su primitivo enterramiento en el atrio, por él redactada con la abatida humildad reza así: “Aquí yacen los huesos y la ceniza del peor hombre que ha vivido en el mundo”. El desenfado de los románticos vinculó al venerable Mañara el modelo vico el “Burlador de Sevilla”, don Juan; pero esta especie ya ha sido desautorizada por la crítica histórica. Los rosales que el caballero plantara en un patio de la Caridad aún subsisten y dan flores. Son una pincelada de color y fragancia en aquella vida.