A la salida por el Apeadero al Patio de Banderas nos internaremos inmediatamente en la misteriosa calle techada de la Judería y el Barrio de Santa Cruz nos recibirá en su dédalo de callejas y plazas silenciosas. Es éste el antiguo ghetto o aljama sevillana en donde en donde vamos a perdernos. Sorprenden la noche, y nombres de calles como las del Agua, Pimienta, Barrabás, Mezquita, Mesón del Moro, Moro Muerto, Vida, Gloria, Jamerdana, Susona, Ataúd.
La tradición y la leyenda nos acechan en revueltas esquinas. Aquí la plaza de Doña Elvira, solar del viejo corral de comedias, más allá el Hospital de los Venerables Sacerdotes, con uno de los patios barrocos más sorprendentes de Sevilla; la Cruz de la Cerrajería, labrada en hierros como de filigrana, abre sus brazos en la plaza advocada a la misma; las cenizas de Murillo reposan en lugar ignorado del ámbito de esa plaza de Santa Cruz, no lejos de la que fue su casita menestral; en el convento de San José, fundación de la Santa Ávila, la que encontró en Sevilla a los demonios sueltos, cantan los pájaros del claustro respondiendo al dulce latín de los maitines monjiles; y, a la luz de la luna, la macabra evocación de la calavera de la Susona nos sale al paso para escarnio memorable de la hermosísima, traidora judía.
Al socaire de los torreones de la muralla, florecen los recoletos Jardines de Murillo, segregados en el siglo XX de la huerta del Retiro, en el recinto del Alcázar.